Fotografía de Marcel.lí Sàenz
Escribe Juan José Millas:
Leonardo Agustín Ganchozo, ecuatoriano de 37 años, perdió
una mano trabajando sin contrato. Reclama justicia. Quizá tras la reforma
laboral casos así ya ni merezcan atención.
Este hombre no es Ignacio López del Hierro, ni José Folgado
ni Alberto Nadal, ni Josep Piqué, entre otros; este hombre no es nadie, quiere
decirse que tampoco ha perdido la mano en uno de esos consejos de
administración donde se cobran 180.000 euros al año por trapichear con
información privilegiada. En los consejos de administración de las grandes
empresas, participadas o no por el Estado, no se pierden las manos, se pierde
la vergüenza, pero hay cola de gente deseando perder la vergüenza, que
constituye un estorbo no ya para medrar, sino para sacar a la familia adelante.
Ya vaticinó María Dolores de Cospedal, esposa del citado López del Hierro, que
si se hiciera una encuesta entre los parados, la mayoría de ellos aceptaría
trabajar a cualquier precio, y cualquier precio es cualquier precio. Este
hombre, que no es nadie, y sin la mano menos, se llama Leonardo Agustín
Ganchozo y viene de Ecuador, lo que significa que no es nadie por partida
doble: la primera por pobre y la segunda por inmigrante. Total que una empresa
constructora, cuyo nombre no consta, lo puso a manejar sin formación previa una
máquina rara y la máquina se atascó y Leonardo Agustín metió la mano para
desatascarla y fue lo mismo que si la hubiera metido en una túrmix. Ya en el
hospital, se enteró de que ni estaba dado de alta ni tenía contrato ni cristo
que lo fundó. Todo esto sucedió antes de la reforma laboral, de ahí que el
hombre y su muñón hayan salido en los periódicos. A partir de ahora, las
amputaciones, lejos de ser noticia, serán el precio de trabajar a cualquier
precio.
Juan
José Millás, “Cualquier precio es cualquier precio”, EPS,
29.04.2012.
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