Ricard Vinyes
Historiador
Orilladas en el mar Báltico existen tierras que son países con historias
densas y memorias tan conflictivas como las de cualquier otra nación, aunque
apenas aparecen en los textos, o en los congresos y seminarios donde se habla
de los procesos sociales relativos a la construcción de memorias públicas. Sin
embargo, los países bálticos tomaron en su día el reto de contar y evocar las
décadas de ocupación y dictadura.
Tras su declaración unilateral de soberanía en 1990, Lituania tardó apenas
tres años en inaugurar en Riga el Museo de la Ocupación, una respuesta improvisada
a la apelación civil que generan siempre los procesos de transición
democrática. Cuatro años más tarde una profunda remodelación consolidó la
institución, definió las formas expositivas y tomó la decisión de establecerlo
como museo disciplinar, de historia contemporánea de la nación, y con una
cronología ceñida a lo que su nombre exigía, la ocupación alemana y soviética,
pero con poca referencia a los procesos de resistencia y su evolución. Una
opción temática que permite interrogarse de nuevo sobre una cuestión que ya es
un clásico: ¿qué memoria se quiere, la del trauma o la de la construcción
democrática? Aunque la opción por una u otra evocación nunca es inocente,
puesto que un museo siempre es un espacio de poder con independencia de lo que
hable, sea pintura, labranza, historia o atuendos.
El museo del que hablo informa sobre el país y las dos ocupaciones, la
alemana y la rusa, y distingue entre ellas como distinguimos entre los dos
brazos de un cuerpo. Recuerda a quienes sufrieron y murieron bajo el terror de
aquellos regímenes, y exhibe su relato con una museografía sin imaginación ni
conocimiento de las estructuras museográficas modernas, ya que el museo no es
más que una sucesión de paneles compactos y de objetos. El 75% de la
financiación del museo procede, principalmente, de tres entidades privadas: la
American Latvian Association, la World Federation of Free Latvians y la Latvian
Relief Organization Daugarus Vanopi, que, junto con otras organizaciones
privadas menores, constituidas por letones instalados fuera del país,
especialmente en Estados Unidos, controlan el peso de las decisiones. El Estado
letón, por su parte, garantiza la financiación de las exposiciones temporales
del museo y algún programa educativo.
Más reciente es el Museo de la Ocupación y de la Lucha por la Libertad,
inaugurado en julio de 2003 en Tallin. También su financiación está repartida
entre el Estado y varias entidades de emigrantes instaladas en Estados Unidos,
que han invertido importantes recursos en el moderno edificio y en un
despliegue de proyectos educativos que superan con creces al resto de los países
bálticos. Propone una museografía más moderna y con más capacidad comunicativa
que el de Riga o de la vecina ciudad de Vilna, aunque coinciden en lo que
cuentan. En el Museo de Tallin todos los recursos simbólicos utilizados
–decisivos en las estrategias de comunicación de cualquier museo– están
orientados a identificar nazismo y comunismo, sin matiz, hasta el punto de
haber generado importantes polémicas en el interior del país.
La presencia de
la ayuda norteamericana durante los años de ocupación soviética tiene un
énfasis extraordinario tanto en la exposición permanente como en la imagen
promocional del museo. Su primera exposición temporal, inaugurada el 14 de
marzo de 2004, fue una muestra-homenaje a las emisoras Voice of America y Radio
Free Europe, financiadas por la Embajada de Estados Unidos en Estonia, emisoras
que ciertamente ayudaron a la resistencia a la dictadura, aunque sólo a un tipo
de resistentes.
Pero el caso más emblemático es el del Museo de la Ocupación y de las
Víctimas del Genocidio de Vilna. Inaugurado en 1997 e instalado en un
importante lugar de memoria para los lituanos –un bien restaurado palacio que
albergó a los servicios de inteligencia soviéticos– la museografía utilizada es
simplemente rancia, sin ningún esfuerzo innovador, pero contundente en su
narrativa, que al tratar de la ocupación, ni siquiera hace referencia al
periodo nazi, sino que identifica la ocupación exclusivamente con la invasión y
permanencia soviética, probablemente porque la guerrilla que luchó contra los
nazis entre 1941 y 1945, estaba fundamentalmente compuesta por comunistas
autóctonos, que desde 1945 fueron vigorosamente represaliados por los
soviéticos, puesto que los comunistas lituanos constituyeron el más importante
núcleo político de oposición a la ocupación rusa. Al ignorar el periodo de
ocupación alemana, el museo también ignora la deportación de los judíos
lituanos a los campos de concentración, y desde luego las operaciones de la
División Azul española que, entre 1942 y 1944, estableció su cuartel general y
sus acciones de apoyo al ejército hitleriano en Vilna.
Los museos de esas hermosas tierras frías ilustran
maravillosamente bien la diferencia que sobre el comunismo soviético existe
entre las sociedades del oriente y occidente europeos. Mientras que en
occidente es entendido y valorado como el fracaso de una utopía construida con
dificultad durante siglos en el transcurso de las luchas democráticas e
igualitarias, para los ciudadanos del oriente europeo es algo bien distinto a
un fracaso, es una expresión más de la naturaleza del totalitarismo, un rostro
más; de ahí las equiparaciones entre comunismo y nazismo que exhiben los museos
de nuestra Europa más oriental, aunque esa equiparación les obligue a ocultar o
a falsificar.
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